viernes, 16 de septiembre de 2011

Pura física

Mientras observada hace unos minutos un video sobre una ejecución de Sanchin en grupo, me han venido algunas ideas y pensamientos a la cabeza y que hace tiempo me rondan cuando veo este tipo de exhibiciones, y también en la práctica diaria.

Sanchin es un ejercicio de una gran peculiaridad, un Qigong, la base de nuestro estilo, el pilar sobre el que cimentarnos, un modo de aprender el Kotsugake, de fortalecer el cuerpo y el espíritu,…, y un sinfín de definiciones más que nos cansamos de escuchar y leer, la mayoría de veces tratándose del fruto de la repetición de las palabras de otros o haciendo servir el corta y pega de Word.

Lo que ocurre, y en lo que pensaba viendo el circo montado, es que la realidad es bien distinta. La mayoría de veces, si no todas, el Sanchin que vemos no deja de ser un ejercicio meramente físico, pero además… en el más estricto uso de la palabra. No hay, a lo sumo, más que porcentajes y juegos de pesos, de enganches articulares, porqué no también de respiración, pero en el mejor de los casos pura física.

Así, me divierte ver al entusiasmado instructor simular un golpe en el que parece que va a coger carrerilla, pero controlando muy bien no vaya a desplazar al ejecutante más allá de lo que sería deseable para la exhibición, hay tan poco en el interior que ni siquiera el testante se cree lo que está enseñando.

Es posible que tenga bien aprendida la teoría de que para absorber un impacto desde cualquier posición, hay que aprender primero a hacerlo desde un Sanchin bien formado, aunque existe el problema de no llegar nunca al segundo escalón, pues como todos sabemos si Uechi-ryu fuera solo físico, o física, no tendría nada de especial respecto a otras prácticas o disciplinas.

Además, trabajar Qigong solo como un término teórico: “Sanchin es Qigong porque me lo han dicho”, aunque no tengamos ni la más remota idea de cómo funciona el Qi en el cuerpo, acaba siendo peligroso; y el pensar que hemos construido una coraza mágica imposible de derribar y revolcar por el polvo, fruto de los engaños de nuestro instructor, puede llevarnos a ver la realidad tal y como la vieron a principios de 1900 los boxeadores chinos, después de creerse inmunes a la balas.

Algún amigo haría uso del tópico de que sobre el Qi no se puede teorizar, incrustado ya con idea en numerosas escuelas de las llamadas “tradicionales”, pero a mi juicio esto se cargaría de un plumazo milenios de sabiduría china registrada en clásicos filosóficos, médicos, y de otra índole. Es innegable que se hace difícil hacer uso de algo cuando no sabemos como funciona, aún cuando también es cierto que la búsqueda en la práctica ayuda a adquirir cierta sensibilidad.

No quisiera, aún así, dar al término Qi un halo esotérico, pues en su facultad de ir de lo más volátil a lo más sólido, un cuerpo físico sano y bien formado no es otra cosa que la muestra de un buen Qi.

Por otro lado, estoy convencido de que unos codos cerrados y bien encajados, en un cuerpo correctamente colocado (también sin ser practicante de Uechi-ryu), son difíciles de mover por un rival, pero del mismo modo lo estoy de que debería ser así aún teniéndolos abiertos. Aquí la diferencia entre el Qigong y la física, de la necesitad de montar un paripé (que no Palimpe), al mostrarnos ante otros, a la de no hacerlo.

Bajo mi punto de vista, si algo no se tiene, no se tiene. Tratando de engañar a los otros nos engañamos a nosotros mismos.